La razón principal por la cual nunca simpatizé con la idea de que el profesor Juan Bosch llegara a ser presidente de República Dominicana la encontré en los libros de historia y en la enseñanza empírica de los hombres y mujeres que ya tenían vida y uso de razón cuando le dieron el golpe de estado al gobierno del profesor. Siempre escuché, de centenares de fuentes lo escuché, que los militares leales al gobierno, propusieron a Juan Bosch la inmediata destitución de los oficiales de las Fuerzas Armadas que tramaban su derrocamiento, porque aquello era un secreto a voces. Todo el mundo coincide en que el presidente no tuvo las agallas suficientes para tomar la decisión oportuna y correctamente. Eso le costó su posición de presidente constitucional y nos costó miles y miles de vidas de dominicanos que posteriormente se lanzaron a las calles en procura de reinsntalar a Bosch en el poder. Sin contar con los millones de pesos que nos costó la destrucción y posterior reconstrucción de la ciudad de Santo Domingo con la azarosa invasión yanqui. Así fueron las cosas.
Juan Bosch fue un genio del pensamiento, brillante escritor, cuentista consumado, de quien incluso Gabriel Gacía Márquez habla primores y lo tilda de mejor cuentista latinoamericano. Esas cosas nadie puede discutirlas, pero él no nació para gobernar una nación. Sobre todo una nación donde todo el mundo es o priva en guapo. Sí, a los dominicanos hay que sacarle su comida aparte cuando se habla de valentía. Por la percepción, equivocada o no , que teníamos muchos, la mayoría diría yo, de los dominicanos, acerca del profesor Juan Bosch y su falta de agallas, es que nunca confié en que Juan Bosch llegara a ser presidente de nuevo. Y debo confesar que eso mismo siempre he pensado de sus herederos del PLD. Para gobernar una nación hay que tener agallas y amarrarse bien el cinturón que sostiene el pantalón. 
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