Me gustaría poder ser imparcial al hablar de la Junta Central Electoral pero no puedo. Es que ese señor llamado Roberto Rosario, presidente del pleno de dicha institución, tiene una cola demasiada larga que pisarle. No obstante eso, uno espera que semejante personaje se mantenga en bajo perfil, ¿Quién dijo eso? El tipo se comporta como si fuera un hombre serio.
Solamente con la enorme cantidad de dinero que él cobró por servicios legales suministrados a entidades del gobierno, siendo miembro de la J.C.E., es motivo suficiente para que no ocupara un puesto en la administración pública en los próximos veinte años.
Lo que pasa es que en mi país las cosas pasan como las modas. Hoy en día nadie menciona esas cosas y lo dejan actuar con toda esa petulancia, como si la J.C.E. fue una herencia que le dejó su tatarabuelo.
Mira que atreverse a intentar bajar línea a los demás miembros del pleno, darle ultimatums al Poder Ejecutivo, rechazar auditorías, y negarse a dar la lista de los becados de la J.C.E. ¡Cuánta osadía!.
Parece que él no lee historia, o no le han contado que los pasados jefes de la J.C.E. quedaron todos mal parados cuando se pusieron de malcriados. Y eso, que todos eran más serios y poseían mayores méritos que él. Déjalo que siga… se va a estrellar contra un muro cualquiera de estos días.
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