De Ismael De
Hice magia para ti, te hice nueva. Tomé agua, agua bendita y quité de ti la sal, quité de ti la arena. Con mis manos lavé tu cara y desenredé tu pelo, con esponja suave y delicada lavé tus hombros, tu cuello, con enjuagues que semejaban caricias, dulces caricias. Hice magia para ti, te hice nueva.
Tus pies tomé entre mis dedos con tanta suavidad como hice con tu pelo. Lavé tus piernas, tus rodillas, perfumé tu cuerpo entero.
Te mostré de la vida los placeres que antes no habías conocido, tus propios labios lo confesaron a mis oídos. Me hice amigo de tus amigos y a tus enemigos los hice míos. Te saqué de la tierra, te llevé al cielo, mostrarte los astros y el universo fue tan sólo un juego. Sí, hice magia para ti, te hice nueva.
Te llevé al lugar más alto que habías soñado sin dejarte mirar siquiera los espinos que de tus rosas había arrancado y sin querer volver a ser mago, para ti lo fui. Transformándote en joya, cuan alquimista entregado, para que fueras joya de soberbia belleza que me perteneciera, ¡Mago ingenuo era!. Más que reina, más que diosa, más que todo. Hice magia para ti, te hice nueva.
Soñé con disfrutar eternamente tus deleites, los mismos que para ti había creado, quise beber tu sudor, bañarme en tu fuente, acariciar tu pelo delicado y sumergirme en tus poros perfumados. Entonces vi tu trono, ¡todos te admiraban!, entonces vi tu altar como si viera la nada. Eran tus sueños, no los míos. Para ti los había creado. Leí tus labios, me perdía en tus ojos, estaba claro… ¡Me habías olvidado!.
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